miércoles, 13 de mayo de 2009

LOS OLORES DE LA POBREZA

LOS OLORES DE LA POBREZA


Antonio Espino Mandujano

Colgada en una ladera del Cerro Pelón, al sur del municipio de Ácambaro, Gto. se encuentra la casa de la familia García Silva, que sobrevive “gracias a que Dios es muy grande”. Más arriba, por un camino sinuoso, está la comunidad El Rodeo y más abajo el caserío de la Presa de Santa Inés.

Por estos rumbos se perdió el arraigo por la tierra y no va ni viene nadie. Hace veinte años que los primeros hombres, mujeres y niños empezaron a irse y apenas quedaron aquí los cascarones de casas de adobe como la de don José García que es un anciano que anda como alma en pena contándole a los pocos “que se aparecen” por estos caminos, que estas tierras estuvieron alguna vez “tupidas de gente”, pero que hoy sólo quedaba “el olor de la pobreza”.

Aferrados a este pedazo de cerro, la familia García Silva vive “a como Dios les dio a entender”. Las chivas y las gallinas les ayudan a sobrevivir, aunque no todos los días, sus cuatro integrantes, tienen para comer.

Según las más recientes estadísticas “en el campo vive 78 por ciento de los 45 millones de personas en situación de extrema pobreza, y la mitad del territorio nacional es árido o semiárido; sólo 21 millones de hectáreas son cultivables, y 80 por ciento de éstas son de temporal”. Además desde que entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), en 1994, la producción agrícola ha perdido competitividad.

Tal vez por eso “para sobrevivir, las familias campesinas como la de don José García dependen de los dólares que llegan de Estados Unidos” o bien del poco ingreso de la venta de queso y leche de sus chivas y del poco maíz que produce el pedazo de tierra que les dio “la Divina Providencia”.


EL ABANDONO Y LA MIGRACION

“Esta es una comunidad de calles sin nombre. Pos` pa` mi, no hace falta que lo tengan. Yo no sé leer ni escribir”, dice don Timio, mientras el trueno de un cohete indicaba el inicio de la ceremonia en honor al cardenal Posadas Ocampo y en el patio de la ex hacienda, las mujeres cantaban; “que viva mi Cristo, que viva mi rey, que impere doquiera, triunfante su ley: ¡viva Cristo Rey!.

Don Eutimio Canchola, un anciano de cabello blanco, de rostro moreno y ceño fruncido que deja traslucir una vida difícil, comenta que la Bóveda -la comunidad más pobre del municipio de Tarimoro- está habitada por los recuerdos y las familias separadas por la migración. Es la viva imagen de la pobreza y el abandono, “que nos ha condenado a una vejez más pobre y más desesperanzada”, señala.

Aquí, en este caserío “de un poco más de 400 habitantes”, la mirada de los visitantes sólo se detiene en las ruinas de la antigua hacienda que fue propiedad del abuelo del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo; el resto no tiene comienzo ni fin. Calles polvorientas y llenas de piedras, terrenos yermos, estériles y baldíos con unos escuálidos mezquites, una escuela primaria y un campo de futbol que hacen las veces de parque, un tendajón que vende cerveza -cuando hay visitantes- y un tanque de agua empotrado sobre la ladera del cerro que es punto de referencia de la localidad.

Hay una creciente migración. La necesidad y las ganas de vivir mejor -dice don Eutimio- alienta a muchos a irse “al otro lado”. Los hombres jóvenes se empezaron a ir de uno en uno a Estados Unidos y hoy sólo se ven por los empinados callejones, a mujeres, niños y ancianos. “Aquí, la sensación de soledad y la pesadumbre cotidiana de seguir siendo pobres, nos va a enterrar a muchos, sentencia.

En las comunidades rurales de esta región, muchos hombres han huido. Bandadas de jóvenes deciden -desde hace décadas- aventurarse a cruzar la frontera norte para intentar trabajar y ganar mejores salarios, aunque muchos mueran en el intento.

Los lugareños más viejos -como don Eutimio- dicen que su gente levanta el vuelo con el deseo de superación frente a las miserables condiciones del campo y a los bajos salarios de la región, pero otros, como el Presidente Felipe Calderón, a quien los campesinos ahora le dicen”Lipe”, porque ya le perdieron la Fe, creen que el fenómeno tiene raíces históricas y culturales, la realidad es que el gobierno nos volvió a fallar, se perdió el arraigo por la tierra “y aquí nos van a enterrar, entre el olor de la pobreza”, sentencia el viejo campesino, mientras clava su mirada en la estructura urbana que se tiende a lo lejos en el valle de Tarimoro, un viejo pueblo del sureste del estado de Guanajuato.




PIE DE FOTOS


-Por una puerta de madera vieja con rendijas grandes entra el frío de la noche en la casa de don José García.

-La siembra de este año no fue buena, y el poco maíz que tienen les alcanzará para un par de meses.

-Estas tierras estuvieron alguna vez “tupidas de gente”, pero hoy sólo “queda el olor de la pobreza”, dice don José García.

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