martes, 12 de mayo de 2009

LAS BANDAS DE VIENTO

ANTONIO ESPINO MANDUJANO

La manera cálida y sencilla con la que don Lorenzo Carreño hila sus pensamientos es ejemplo del hombre que sabe lo esencial de la vida. Para empezar es memorioso y práctico. Ha ido acumulando recuerdos, hechos, fragmentos de la historia sobre las bandas de música del sur del estado, ya que desde los 8 años su padre lo llevaba a trabajar la parcela y después, por iniciativa de la Iglesia, le daba duro a la escoleta en el casco de la hacienda de Santo Tomás Huatzindeo donde junto a otros infantes aprendió primero a leer música antes que el silabario.

Las primeras manifestaciones –explica- de lo que hoy conocemos como música de banda se registran en el siglo XIX, cuando en muchos lugares del estado, se formaron agrupaciones a iniciativa de la Iglesia, el Ayuntamiento o la propia comunidad, que comienzan a imitar a las bandas militares del emperador Maximiliano de Austria, “que interpretaban música clásica”.

Señala que de estas raíces surgen las bandas que proliferan en los años treintas, famosas por su repertorio donde figuraban las oberturas de “la Flauta Mágica” y “las Bodas de Fígaro” y óperas de Mozart; “Fidelio”, de Beethoven, posteriormente agregaron a su sonido valses, pasodobles, himnos, sones, rumba, merengue, danzón, cha cha chá y cumbia, entre otros.

De este ímpetu nació la famosa banda del maestro Pánfilo Mosqueda, mejor conocido como el profe Colibrí, un viejo bonachón que enseñó música a generaciones de alumnos de las escuelas públicas de la región donde pocos como él han dejado raíces académicas.

Se comenta que hoy en día tiene un centro de capacitación para música de bandas de viento, en San José California, llamada El Colibrí Dorado, como el picaflor que vive en el norte y es migratorio.

Y dicen que le puso este nombre en referencia a su apodo y porque a esta pequeña ave se le considera animal divino que augura suerte y felicidad, por su belleza y delicadeza que hace que se le vincule con el amor.

Según nos cuenta don Lorenzo Carreño, a este maestro se le achacan los motes más despectivos y acordes a las características de cada uno de sus alumnos, así como también el haber emprendido un proyecto para rescatar y mantener la tradición de las bandas de viento en el sur del estado.

Era un espectáculo escuchar a los niños y jóvenes durante sus prácticas cotidianas, aprendiendo los métodos de enseñanza del maestro Pánfilo con su repertorio de valses, pasodobles, sones, himnos y danzones.

Afirma que a la gente le admiraba el ímpetu de las llamadas escoletas, donde el profe Pánfilo enseñaba a los niños de temprana edad a leer música al mismo tiempo que textos y poemas dedicados a Santa Cecilia, patrona de los músicos.

Su banda de viento La Chuparrosa del Bajío era el “ajonjolí de todos los moles”, lo mismo era contratada para tocar en casorio que en el funeral, el festejo del santo patrono que el acto cívico del Ayuntamiento, la corrida de toros que el jaripeo; en todos los actos musicales de servicio a la comunidad, ahí estaba La Chuparrosa con El Cabezón, El Boludo, El Trompudo, La Pinguica, El Botas Meadas, El Atrevido y El Quinceuñas entre los más famosos, ejecutando el clarinete, la tuba, la trompeta, el trombón, la tarola y el tambor.

A estos filarmónicos se les reconoce como pioneros de la música de banda como expresión de la cultura popular que incorporaron a su repertorio la música tradicional y el folclor que viste a los músicos con calzones de manta y sombrero, con una estructura interna donde predominan las relaciones de parentesco mediante las cuales se heredaba la tradición musical.

Hoy es frecuente encontrar por estos rumbos, a agrupaciones musicales integradas por hermanos, tíos, primos, compadres y ahijados cuya actividad gira en torno a las festividades religiosas.

El caso de La Chuparrosa, con el profe Mosqueda como director, captó la atención de historiadores musicales que reconocieron en esta banda de viento “una forma de organización social que identificaba a los individuos y reflejaba sus distintas manifestaciones culturales”, y creó toda una escuela cuyo objetivo era deleitar en los festejos religiosos, familiares y cívicos como una forma de comunicación humana.

Llegó a ser tanta su influencia en la esfera pública que la gente decía que la banda del profesor Colibrí “en las bodas incitaba a la alegría y al bailongo; en los actos cívicos hacía más patriotas a los ciudadanos y en los velorios, con su trombón, guiaba el alma al reino de los cielos”.

Por estas razones finaliza don Lorenzo Carreño, para preservar la memoria, en estos días de festejos patronales, un grupo de condiscípulos nos reunimos para recordar al profesor Pánfilo Mosqueda “forjador de una manifestación musical” que ha sido factor importante en la preservación y educación de las bandas de música de viento en el sur del estado de Guanajuato.

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