jueves, 14 de mayo de 2009

LA SANTA NIÑA BLANCA

LA SANTA NIÑA BLANCA, LA CERVEZA Y EL MOLE

ANTONIO ESPINO MANDUJANO

UNO
La noche del sábado, bajo una pálida luna en cuarto creciente, un grupo de devotos se dio manga ancha realizando proselitismo y rindiendo culto a la Santa Niña Blanca, la Santísima Muerte, la imagen cadavérica no reconocida por el santoral de la Iglesia Católica.

En breve ceremonia, en un predio baldío anexo a la cueva de María Graciana, al norte de Juventino Rosas, Gto., un buen número de creyentes se amontonó en torno a la vitrina empotrada en un pequeño remolque donde se posó la llamada “Niña Blanca”, con su guadaña y su alba vestidura, para participar en una manifestación de fe entre rezos, crisantemos, música, mole y cerveza.

Como suele ocurrir en estos casos, el ritual de la adoración inicia con cantos y alabanzas, por gente venida desde el barrio de Tepito, luego sigue una oración para pedirle a la santísima muerte protección y ayuda, y porque “la niña sea cada vez más venerada”. Pero la imagen necesita un estímulo y “El Chilango”, el líder de los seguidores, ataviado con su túnica escarlata que cubre todo su cuerpo, con previo pedimento de permiso a Dios, sube a la plataforma “de la capilla” y se encarga de dar cuenta “de los milagros de la santa, que lo mismo alivia a un ser querido, que retiene a la pareja o que ayuda para que nunca falte dinero en el hogar”.

“El culto público empezó a darse hace tres años y cada vez es más venerada”,dice este hombre maduro, de mirada dura y desafiante que se acentúa más con la tenue luz de unos velones de cebo y que suele hacer alarde de conocimientos que se enmarcan en la tradición centenaria de sus antepasados curanderos.

“Sólo que la maledicencias de algunos intentan acotar la popularidad de la Santa Niña y le atribuyen ser la patrona de prostitutas, ladrones y contrabandistas”, explica.

Y agrega: “por eso aquí estamos sus centuriones, sus fieles escuderos para decirles que la Santa Muerte es cada vez más venerada por creyentes que tienen forma de vida honesta como lo demuestran las gentes que en esta noche asisten a sus rezos y fiesta”.

De ahí que para corroborar lo anterior, el hombre interroga a los presentes sobre sus actividades, sus negocios y sus relaciones familiares, sobre sus testimonios milagrosos y hace saber que es él, el de mayor jerarquía y peso moral, el “facultado” para dirigir el ritual y ofrendar la ceremonia al cielo.

Después de otras referencias a la adoración a la Santísima Muerte y enumerar las necesidades que se tienen para su promoción en los festejos del mes de noviembre, “El Chilango” pide “a sus hermanos” cerrar los ojos y levantar las manos para realizar una oración que en cuestión de minutos prende a los presentes.
“...Aquí estamos postrados Niña Blanca, en este lugar escogido en tu memoria, rindiendo culto, pidiendo misericordia e invocando tu ayuda, pues sólo tú sabes de las necesidades que todos tenemos...”

Al poco tiempo de empezar la oración, el hombre habla con voz resonante, grita, se agita, camina, desplaza su cuerpo de complexión robusta de un extremo a otro de la pequeña plataforma que rechina por el peso del orador. Se arrodilla en el centro extendiendo su túnica satinada y haciendo la señal de la cruz con los brazos extendidos, en su letanía demanda: “...fuera temor y frustración, fuera maldición y envidia, saca de nuestras vidas, Niña Blanca, a la enfermedad, la mala suerte y la tristeza; que salga también la desesperanza, que salgan las penas y salga el dolor...”

A la distancia, sus ojos se ven brillosos, su rostro moreno suda cuando fervoroso concluye el rito con la oración final: “...oh, Santísima Muerte, Niña Blanca adorada, imagen venerada, quita de nuestras almas los temores y rompe las cadenas de la maldición. ¡Alabada seas, Niña Alba, por nuestra madre tierra... recibe las flores matizadas y las hierbas lozanas y olorosas con las que sanaban nuestros antepasados!”.

Acto seguido todos se levantan y a paso lento se van colocando al centro del predio, donde una mujer de vestido satinado azul se aproxima a la Santa Muerte y la unge con el humo de copal, en un acto de purificación y como ofrendando la ceremonia al cielo.

Confieso que me fue muy difícil saber si fue el fervor que le puso el orador o la creencia, la fe en la Niña Blanca, pero los asistentes, después de guardar silencio, empezaron a gritar también. La señora de vestido satinado por momentos parece perder el equilibrio y es necesario que el “Chilango” la tome del brazo; con los ojos muy abiertos y con los brazos extendidos se veía como a la espera de un temblor, una ráfaga de aire o algo “parecido a una purificación”, según me confesó, la anciana, al final cuando me interrogó sobre mi procedencia e intenciones informativas.

Estaba acompañada de un hombre chaparro y moreno que traía una chamarra blanca, sin abrochar, dejando ver una enorme imagen de la Santísima Muerte de oro puro suspendida contra su pecho. “Es el que financía la ceremonia, el promovente, el hombre grande que ayudará a todos en su necesidad, y que hoy comienza con esta festividad, me dijo la mujer, mientras se inclina para murmurarme al oído su apelativo.

El hombre que había permanecido en silencio y observando por largo tiempo y desmedida devoción la figura de la muerte, de pronto extrajo unas latas de cerveza que traía debajo de la chamarra a medio cerrar y pidió a un trío de músicos de guitarra y acordeón que cantaran el corrido de La Santa Niña Blanca, cuyas notas empezaron a sonar en la diminuta cueva de María Graciana marcando el final del ritual para dar inicio a la fiesta entre abundantes sixs de cerveza y tequila fino acompañada de pollo con mole y cubetas de plástico con tortillas de colores.

DOS
Según datos recogidos por “El Chilango”, dice que en México existen al menos un millón de devotos de La Santa Muerte y cada vez es más frecuente que se le organicen misas, ritos y celebraciones.

Al darnos a conocer información sobre la estatua cadavérica a quien un ex convicto puso un templo en Querétaro hace siete años, explicó que desde tiempos ancestrales, previos a la Conquista, las comunidades indígenas ya hacían tributo e invocaban pidiéndole protección a la muerte.

Presentaban a las doncellas ante La Niña Blanca y las hacían acompañar de ancianos que representaban los elementos dadores de vida: tierra, viento, agua y fuego.

Hoy en día es una de las imágenes más controvertidas, pues en sus rituales, llenos de devoción y misterio, dada las circunstancias de sus creyentes para alejar el mal destino o incluso las vicisitudes políticas, hay que recorrer caminos de terracería y “ofrendar a la niña infusión de amole, con la cual, en la víspera del ritual se lavaron su negra cabellera las mujeres jóvenes para que les quedara sedosa y limpia”.

Lo anterior para ganar la estima y protección de la santísima dama, como dice “El Chilango”, cuando ya entrada la noche del sábado, se dispone a prestar atención a sus “hermanos creyentes”, que beben a grandes tragos sus latas de cerveza, y van por el segundo plato de mole.

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