domingo, 17 de mayo de 2009

LOS ENOJOS DE DON RAMIRO TORRES

LOS ENOJOS DE DON RAMIRO

ANTONIO ESPINO MANDUJANO


Con el rostro desencajado y la mirada enfurecida, don Ramiro de la comunidad de Cañones municipio de Tarimoro, Gto., el otro día nos comentaba: “hay costumbres tan antiguas y persistentes cargadas de sabiduría y contundencia qué no me explico cómo ahora en nuestras comunidades, tan llenas de tradiciones y valores, en donde el hombre conquista a la mujer por su ímpetu varonil y ella lo seduce con su feminidad, vienen siendo invadidas por gente puñalona con cabello largo y arracada en la oreja”.

Aquí, confía don Ramiro, mientras se empuja una cerveza para dar un eructo fuerte y relajante, la gente adulta se queja a cada rato de la aparente devaluación de la virilidad de los muchachos que nomás se van a Estados Unidos y luego regresan con sus aretes en las orejas, sus “greñas” de cola de caballo, sus facciones delicadas y sus cuerpos disque lánguidos, que apantallan a las mejores chavas que sucumben a sus encantos.

Ante estas evidencias ¿cómo entender este cambio en la forma de ser de la muchachada?, ¿dónde quedó el rudo muchacho con facha de ranchero, que seduce a cuanta mujer se le atraviesa y eructa después de tomar cerveza?, ¿de qué nos sirvió haberles enseñado a trabajar con el arado, a “sobarse” el lomo en el surco y a beber a pico de botella, si ahora andan por ahí, enrizándose el cabello como mujeres y cambiando el rol amoroso?, se pregunta con tristeza, don Ramiro, a la vez que argumenta algunas otras razones, para entender el fenómeno de entrecruzamiento de caracteres sexuales tan de moda entre los jóvenes de ánimo alebrestado por la subcultura gringa.

Y creo que don Ramiro tiene sus razones.

Yendo por esos caminos uno se imagina los contrastes: por un lado se invierten los papeles tradicionales del cortejo amoroso; el muchacho campesino se pone arracadas y tatuajes evidenciando su sexualidad heterodoxa con fines de provocación por los stándares de conducta sobrentendida en la comunidad y por otro lado, la cultura machista de infidelidades y adulterios como costumbre de identidades sexuales, entre los machos a la antigua.

Se dice que nuestro país es una combinación de una gran población infiel y una cultura machista, pero con gran tradición familiar. Es decir los mexicanos quieren cometer adulterio pero no perder ni a su pareja ni a sus hijos y que no se les juzgue y descalifique por tener varias mujeres.

De tal manera que con hijos fuera de matrimonio los machines demuestran no sólo a familiares y amigos, sino también a la comunidad, la supuesta superioridad del sexo masculino y si se quiere lo muy entrón por andar celebrando su machismo de pacotilla por los cuatro costados, sin perder el primer frente.
Evidentemente que en la zona rural se recalca más estos dos opuestos. Mucha gente cree que el varón con facha de tractorista, de hebilla en el cinto, botas vaqueras y despliegue de testosterona debería gustarle a las mejores chavas de la comunidad, pero aquí también se viene dando un giro de 180 grados en las preferencias sexuales de la mujer, por mucho tiempo reprimida y que ahora asume una actitud dominante en el juego de la seducción.

Son las mujeres, sobre todo las adolescentes, las que sueñan, suspiran y se derriten por los jóvenes de facciones delicadas y cuerpo esbelto “que se va al norte y regresa con su arracada en la oreja”, justamente lo contrario del robusto lugareño que tira escupitajos en el suelo y eructa después de tomar cerveza.

Esto es lo que tiene encorajinado a don Ramiro, que nada entiende de la psicología transferencial del entrecruzamiento de caracteres sexuales y lo único que le interesa es que en su comunidad no se devalúe la virilidad de sus muchachos y no se inviertan los papeles del cortejo amoroso “porque en estos menesteres como decía el ilustre gallo chambón: aunque somos del mismo barro, no es lo mismo bacín que jarro”.

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